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Archivos Mensuales: agosto 2014

¿No te sucede a ti, cuando forjas una leyenda sobre un ser determinado y ves que queda bajo tus fantasías y que en realidad vale aún menos que tú, y llegas a odiarle?

-Carmen Laforet, «Nada» –

No me gusta esperar.

No sé esperar.

No espero.

No espero a que llegue ya el fin de semana, a que se haga de noche, de día, las 6 de la tarde, o a una llamada. No espero nada.

Quizás quiera que llegue el fin de semana, a que se haga de noche, de día, las 6 de la tarde, o a que me llamen. Quizás quiera el infinito envuelto en un papel de regalo caro, pero no lo espero.

 

Soy movimiento. Soy evolución.

Soy un riachuelo, no un lago.

Soy una gota de agua, no me sé detener.

 

No te espero.

 

Descalzos. Imperfectos. Los pechos caídos. Brazos sin fuerza. Arrugas de expresión y de vejez. Con pastillas de corazón y problemas con las caderas. Con la dentadura postiza en un vaso. Aliento matutino. Gafas de ver y medio sordos. Quizás demasiado viejos como para recordarlo todo.

Y ¿qué más da?

Porque nos seguimos cogiendo de la mano como el primer día. Somos complicidad y risa. La misma risa. La misma mirada.

Porque creemos.

Porque somos guerra y amor.

Porque somos tú y yo, somos nosotros, estuvimos entonces y estamos ahora.

Porque somos partículas que se necesitan.

 

Porque no somos casualidad.

 

Porque, al fin y al cabo, lo bueno se hace esperar. Y esto es lo mejor.

 

[…] Casi nadie imagina nada, al menos cuando se es joven, y se es joven durante mucho más tiempo del que uno cree. La vida entera parece de mentira, cuando se es joven. Lo que les pasa a los otros, las desdichas, las calamidades, los crímenes, todo ello nos resulta ajeno, como si no existiera. Incluso lo que nos pasa a nosotros nos parece ajeno una vez que ya ha pasado. Hay quien es así toda la vida, eternamente joven, una desgracia. Uno cuenta, habla, dice, las palabras son gratis y salen a borbotones a veces, sin restricciones, Siguen saliendo en toda ocasión, cuando estamos borrachos, cuando estamos furiosos, cuando estamos abatidos, cuando estamos hartos, cuando estamos entusiasmados, cuando nos sentimos enamorados, cuando es inconveniente que las digamos o no podemos medirlas. Cuando hacemos daño. Es imposible no equivocarse. Lo raro es que las palabras no tengan más consecuencias nefastas de las que normalmente tienen. O tal vez no lo sabemos suficientemente, creemos que no tienen tantas y todo es un desastre perpetuo debido a lo que decimos. El mundo entero habla sin cesar, a cada momento hay millones de conversaciones, de narraciones, de declaraciones, de comentarios, de cotilleos, de confesiones, son dichos y oídos y nadie puede controlarlos. Nadie puede prever el efecto explosivo que causan, ni siquiera seguirlo. Porque pese a ser las palabras tantas y tan baratas, tan insignificantes, pocos son los capaces de no hacerles caso. Se les da importancia. O no, pero se las ha oído. […]

-Javier Marías, «Corazón tan blanco»-

[…] En el momento de abrir la puerta, me sentí como si regresara de un largo viaje. Un viaje que me había confirmado que la imaginación puede ser tramposa y fascinante y que, afortunadamente, los libros no son como los trenes, y los puedes perder para recuperarlos (o no) más adelante, y que, por lo menos en el planeta en el que yo vivo, lo esencial es perfectamente visible. ¿Qué es lo esencial? La manera como las mujeres fingen no darse cuenta de que las están mirando, el color de los taxis, la obstinación del joven que ensaya escalas en un contrabajo, la credibilidad que tienen los mayores cuando les cuentan mentiras a los niños y las botellas que, cuando se echan al contenedor, ya no están ni medio vacías ni medio llenas. […]

-Sergi Pàmies, «Papiroflexia»-

[…] Todo el mundo obliga a todo el mundo, no tanto a hacer lo que no quiere, sino más bien lo que no sabe si quiere, porque casi nadie sabe lo que no quiere, y menos aún lo que quiere, no hay forma de saber esto último. Si nadie fuera nunca obligado a nada el mundo se detendría, todo permanecería flotando en una vacilación global y continua, indefinidamente. […]

-Javier Marías, «Corazón tan blanco»-