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Archivos Mensuales: agosto 2013

«En medio de la noche surge a veces
una pregunta, y la noche se agranda,
y es inmensa la noche hasta la angustia.
Como un barco sin luces, silencioso,
surca así nuestro cuarto tanta sombra
que parece sin límites el mundo.
Nos rodea el vacío, es agua oscura
más densa aún que la sangre. Nada se oye,
tan sólo un chapoteo de hondo cieno
allá en lo más profundo de ese agua:
es nuestro corazón. Pero la noche
no cesa de crecer y ya es un ojo
de insoportable desnudez que mira
nuestro terror. Y es esa la pregunta,
y la noche lo sabe y mira entonces
(sólo a veces) el desvalido ser
que somos, con ternura, y vuelve el sueño.
Y la infinita gruta que es el universo
de nuevo resplandece.»

-Abelardo Linares, «Inmensidad de la noche»-

Apuesto. Alto. Con los ojos enrojecidos y las mejillas bañadas en lágrimas. La cara nublada. Las manos temblorosas. Y un hoyuelo que jamás lució.

La corbata torcida y los zapatos sucios. Los bolsillos llenos de pañuelos de papel.

Y una pistola cargada.

El hombre que sufrió por todo. Y por el que nadie sufrió.

El ruido del disparo se perdió en la noche. Nadie lo oyó. O, si lo hizo, lo ignoró.

Y cuando estés tumbada a mi lado, desnuda, preciosa, pasando tus dedos por mi pecho, te tocaré la guitarra. Y te cantaré todo aquello que amo. Te diré verdades. Siempre verdades.

Porque no hay mañanas. Ni felicidad. Ni vida compleja. Ni nada de aquello en lo que tú crees, y no puedo expresar mi frustración al saber que todo aquello que tú piensas te pondrá la vida mucho más difícil. Las personas se aprovecharán. Niña, ¡eres el blanco más blanco en kilómetros! Aunque ojalá yo tuviera ese poder que tienes tú de creer en la esperanza.

Y siempre que paso mi mano por tus mejillas, me esbozas una sonrisa. Y me das un silencio. Esos silencios tuyos que tanto odio. Detesto no saber qué pasa por tu cabeza. Me miras con los ojos perdidos. Y de repente vuelven. Y te ríes.

 

Porque sólo hay un hoy.

En el que yo te hago mía.

En el que tú estás a mi lado.

En el que yo te toco la guitarra.

En mi cama.

Está el mar.

Donde chocan personas con prejuicios. Donde se enfrentan culturas. Donde se defienden distintos puntos de vista hasta morir. Donde uno se equivoca y no quiere reconocerlo. Donde se cometen crímenes.

Donde se descuartizan corazones y se vuelven a descuartizar. Los mismos. Una y otra vez.

Pero verás, inocente que no tiene ni idea, nosotros tenemos la extraña capacidad de regenerarnos. Tú tienes el inusual poder de entender y elegir. De ceder y dejar estar. Pero para sacarlo y relucirlo cual melena de león, necesitas valor. Llevas un sinfín de cualidades dentro, que siempre te exigirán que te tires donde rompen las olas.

 

¡Insufrible valor!

Ahí, donde rompen las olas y jamás dejarán de romper.

En ese punto exacto en el que chocan y se rompen. Donde se hacen pedazo para luego volverse tan solo un charco.

 

Y luego están los cobardes.